lunes, 20 de agosto de 2012

Amar a la Iglesia...


Hace falta hoy repetir, en voz muy alta, aquellas palabras de San Pedro ante los personajes importantes de Jerusalén: este Jesús es aquella piedra que vosotros desechasteis al edificar, que ha venido a ser la principal piedra del ángulo; fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro: pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual podamos salvarnos (Act IV, 11-12).

Así hablaba el primer Papa, la roca sobre la que Cristo edificó su Iglesia, llevado de su filial devoción al Señor y de su solicitud hacia el pequeño rebaño que le había sido confiado. De él y de los demás Apóstoles, aprendieron los primeros cristianos a amar entrañablemente a la Iglesia.





¿Habéis visto, en cambio, con qué poca piedad se habla a diario de nuestra Santa Madre la Iglesia? ¡Cómo consuela leer, en los Padres antiguos, esos piropos de amor encendido a la Iglesia de Cristo! Amemos al Señor, Nuestro Dios; amemos a su Iglesia escribe San Agustín. A El como a un Padre; a Ella, como a una madre. Que nadie diga: "sí, voy todavía a los ídolos, consulto a los poseídos y a los hechiceros, pero no dejo la Iglesia de Dios, soy católico". Permanecéis adheridos a la Madre, pero ofendéis al Padre. Otro dice, poco más o menos: "Dios no lo permita; yo no consulto a los hechiceros, no interrogo a los poseídos, no practico adivinaciones sacrílegas, no voy a adorar a los demonios, no sirvo a los dioses de piedra, pero soy del partido de Donato". ¿De qué sirve no ofender al Padre si El vengará a la Madre, a quien ofendéis? (S. Agustín, Enarrationes in Psalmos 88, 2, 14; PL 37, 1140). Y San Cipriano había declarado brevemente: no puede tener a Dios como Padre, quien no tiene a la Iglesia como Madre (S. Cipriano, o.c.; PL 4, 502).

En estos momentos muchos se niegan a oír la verdadera doctrina sobre la Santa Madre Iglesia. Algunos desean reinventar la institución, con la locura de implantar en el Cuerpo Místico de Cristo una democracia al estilo de la que se concibe en la sociedad civil o, mejor dicho, al estilo de la que se pretende que se promueva: todos iguales en todo. Y no se convencen de que, por institución divina, la Iglesia está constituida por el Papa, con los obispos, los presbíteros, los diáconos y los laicos, los seglares. Eso lo ha querido Jesús.



Extraído del libro;: Amar a la Iglesia , de San Josemaría Escrivá de Balaguer.
El fin sobrenatural de la Iglesia; punto 13

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