Visto de cuánto fruto sea la oración y meditación, veamos ahora cuáles sean las cosas que debemos meditar. A lo cual se responde, que por cuanto este santo ejercicio se ordena a criar en nuestros corazones amor y temor de Dios, y guarda de sus mandamientos, aquélla será más conveniente materia de este ejercicio que más hiciere a este propósito. Y aunque sea verdad que todas las cosas criadas y todas las espirituales sagradas nos muevan a esto; pero, generalmente hablando, los misterios de nuestra fe, que se contienen en el Símbolo, que es el Credo, son los más eficaces y provechosos para esto. Porque en él se trata de los beneficios divinos, del juicio final, de las penas del Infierno y de la gloria del Paraíso, que son grandísimos estímulos para mover nuestro corazón al amor y temor de Dios, y en él también se trata la Vida y Pasión de Cristo nuestro Salvador, en la cual consiste todo nuestro bien. Estas dos cosas señaladamente se tratan en el Símbolo, y éstas son las que más ordinariamente rumiamos en la meditación, por lo cual con mucha razón se dice que el Símbolo es la materia propiísima de este santo ejercicio, aunque también lo será para cada uno lo que más moviere su corazón al amor y temor de Dios.
Pues, según esto, para introducir a los nuevos y principiantes en este camino (a los cuales conviene dar el manjar como digesto y masticado), señalaré aquí brevemente dos maneras de meditaciones para todos los días de la semana, unas para la noche, y otras para la mañana, sacadas por la mayor parte de los misterios de nuestra fe, para que así como damos a nuestro cuerpo dos refecciones cada día, así también las demos al ánima, cuyo pasto es la meditación y consideración de las cosas divinas. De estas meditaciones, las unas son de los Misterios de la Sagrada Pasión y Resurrección de Cristo, y las otras de los otros Misterios que ya dijimos. Y quien no tuviere tiempo para recogerse dos veces al día, a lo menos podrá una semana meditar unos Misterios y otra los otros, o quedarse con solos los de la Pasión y Vida de Jesucristo (que son los más principales), aunque los otros no conviene que se dejen a principio de la conversión, porque son irás convenientes para este tiempo, donde principalmente se requiere temor de Dios, dolor y detestación de los pecados.
Fuente: Tratado de la Oración y Meditación de san Pedro de Alcantara
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