miércoles, 30 de octubre de 2013

La cofradía de los santos amenazantes

Hay momentos en los que la vida pastoral no es en absoluto sencilla. Tienes que estar atento al anuncio fuel del evangelio, a la administración da los sacramentos, al ministerio de la caridad… y todo eso tratando de compatibilizar –vano esfuerzo- el atender a cada cual como necesita, y a la vez intentar tratar a todos por igual. Porque claro, cada uno es cada uno, pero a la vez por qué Fulanito sí y yo no. Y ahí tienes al señor cura haciendo encaje de bolillos.


No suele haber problemas en estas cosas. La inmensa mayoría de la gente, aunque no siempre comprenda, se da cuenta de las dificultades, y acaba aceptando las cosas con una cierta deportividad. Pero… también existe la cofradía de los santos amenazantes… ¿No los conocen? Pero bueno…
Amenazante D. Joaquín, que no comprende que eso de que hagan juntos la primera comunión sus dos retoños, que se llevan más de dos años, no puede ser. Y como no lo comprende, amenaza con dejar de colaborar económicamente en la construcción del templo. Estábamos aún en el prefabricado. No pasa nada D. Joaquín, le dije. En mi pueblo, hay una preciosa iglesia, viviendas y locales, y un servidor tiene allí una casita que heredó de sus padres. ¿Qué ustedes prefieren no tener centro parroquial? A mí plin… No lo hago para mí, yo lo tengo resuelto.
Menuda se puso doña Asunción porque se le dijo que eso de hacer la boda de su hija en el chalet no podía ser, que ni la hacíamos ni se la autorizaba como párroco. ¿Y si voy al vicario? Le dirá lo mismo. ¿Y el obispo? Me temo que también. Pues nada, que para eso era mejor dejar la Iglesia, que de qué servía ir a misa los domingos si luego le hacíamos esto. Que si no se hacía la boda en el chalet, no volvía a pisar una Iglesia. Pues usted misma, doña Asunción. Ya se lo explicará a Nuestro Señor el día en que se encuentren cara a cara.

Servidor era el administrador del cementerio parroquial allá en el pueblo. Se cobraba una pequeñísima cuota mensual por el mantenimiento, para que al menos estuviera limpio y no salieran hierbajos. Hubo que subir un poco porque es que ya no daba ni para el herbicida. Llegaron juntas Rafaela y Joaquina, y Joaquina me dijo: ¿y si por subir las cuotas la gente deja de pagar? No tuve que responder yo, lo hizo Rafaela: mira Joaquina, este señor cura tiene a sus muertos enterrados en su pueblo, nosotras los tenemos aquí. Tú sabrás si quieres que tus padres estén entre hierbajos o en un sitio arreglado y limpio. Sabia mujer, una vez más.
Jesús trajo un tan enorme como horrible cuadro de San José con la pretensión de colocarlo en la hermosa iglesia parroquial. No es que no pegara ni con cola, es que espantaba a las mismísimas ánimas del purgatorio. ¿Dónde lo va a colocar? Me temo que en ningún sitio. Pues si no lo pone bien visible me voy de esta parroquia y no me ve más por aquí. Suerte Jesús,que encuentres tanta paz como nos dejas…

¿A que ya van entendiendo mejor lo que es la cofradía de los santos amenazantes? Sin descartar a los que no solo te amenazan con un garrotazo, sino que te están esperando en la carretera para hacerlo realidad. Pero aquella vez yo corrí más.

Don Jorge González Guadalix; visto en Infocatolica

viernes, 4 de octubre de 2013

La Oración: dialogo con Dios

La oración, como bien expresa su nombre, es diálogo del hombre con Dios, unión mística. Según los efectos que la caracterizan, es el apoyo del mundo y reconciliación con el Señor; fuente de lágrimas y propiciatoria de nuestros pecados; defensa de la tentación y baluarte ante las contradicciones; victoria en la lucha y empeño de los ángeles; alimento de los seres incorpóreos y alegría en la espera; actividad que no finaliza jamás y fuente de virtud; forjadora de carismas y del progreso espiritual, alimento del alma y luz de la mente (...). 
Reza con toda sencillez, con una sola expresión, como hicieron el publicano y el hijo pródigo que se dirigieron a Dios misericordioso (...). 



No te afanes en mirar con minuciosidad las palabras que debes usar en la oración. A menudo los simples y sencillos balbuceos de los niños aplacaron al Padre que está en los cielos (cfr. Mt 6, 9). 
No busques muchas palabras (cfr. Mt 6, 7), porque tal deseo provoca la disipación de la mente. Con una pequeña frase el publicano agradó al Señor (cfr. Lc 18, 3), y con una sola expresión dicha con fe, salvó al ladrón (cfr. Lc 23, 39-43). A menudo muchas palabras distraen en la oración porque llenan la mente de fantasías; una sola, con frecuencia, contribuye al recogimiento: cuando a un cierto punto hay una palabra que te agrada y propicia la compunción, permanece allí; entonces se unirá a tu oración el Ángel Custodio. 

Después, no abuses de la libertad confiada, aunque hayas alcanzado la purificación. Es más, acercándote a Dios con gran humildad, podrás obtener la más alta libertad. También si te encontrases en lo alto de la escala de la virtud, continúa rezando para que sean perdonados tus pecados como hizo San Pablo que, asemejándose a los pecadores, exclamaba: yo soy el primero de ellos (cfr. I Tim 1, 15). La pureza y compunción de lágrimas deben dar alas a la oración, y el sabor, como el aceite y la sal condimentan los alimentos. Añade la bondad y la dulzura, con las que debes revestirte si quieres liberar al corazón de todo aquello que arranca la libertad, y poder elevarte sin esfuerzo hacia Dios. 

Hasta que no hayamos alcanzado después de muchas experiencias tal claridad de oración, seremos principiantes, como niños que empiezan a caminar. Trata de elevar la mente a Dios, o mejor, de tenerla cerrada dentro de las operaciones de la oración y, si por debilidad infantil, no la tienes tranquila, ponla rápidamente en orden: por desgracia nuestra mente es débil, pero el Omnipotente podrá fijarla. 

Si continúas luchando sin rendirte, finalmente descenderá sobre ti Aquél que mantiene en sus límites los mares de la mente, y dirá, mientras tú te elevas en oración: De aquí no pasarás, ahí se romperá la soberbia de tus olas (...) (cfr. Job 38, 11). 

¿A quién tengo yo en los cielos? Fuera de ti, nada deseo sobre la tierra (cfr. Sal 73, 25). Esto persigue la oración. Si unos aspiran a la riqueza, otros a la gloria u otra posesión, mi bien es estar apegado a Dios, único fundamento de mi esperanza (cfr. Sal 73, 28). La fe es la que otorga las alas a la oración, pues de ningún otro modo podrá volar hacia el cielo. Sólo esto pedimos al Señor (cfr. Sal 27, 4). Somos todavía víctimas de las pasiones, pero de esta condición todos deseamos elevarnos, cortando definitivamente ese camino. Aquel juez que no temía a Dios, cede a la insistencia de la viuda para no tener más la pesadez de escucharla (cfr. Lc 18, 1-4). Dios hará justicia al alma, viuda de El por el pecado, frente el cuerpo, su primer enemigo, y frente a los demonios, sus adversarios invisibles. El Divino Comerciante sabrá intercambiar bien nuestras buenas mercancías, poner a disposición sus grandes bienes con amorosa solicitud y estar pronto a acoger nuestras súplicas (...). 

No digas no haber obtenido aquello que has pedido rezando mucho, porque te has beneficiado espiritualmente. De hecho, ¿qué bien más sublime puede existir al de estar unido con el Señor y perseverar en esa unión ininterrumpida con Él? Quien se encuentra protegido por la oración no deberá tener miedo de la sentencia del Juez divino, como le sucede al condenado aquí en la tierra. Por eso, si eres sabio y no corto de vista, al recuerdo de ese juicio podrás fácilmente alejar de tu corazón las ofensas recibidas y todo rencor, las preocupaciones por los negocios terrenos y los sufrimientos que se derivan; la tentación de las pasiones y de todo género de maldad. Con la súplica constante del corazón prepárate a la oración perenne de los labios, y rápido avanzarás en la virtud (...). 

Como canta el Salmista: «Yo conozco verdaderamente cuánto bien quisiste para mí porque en tiempo de guerra no permitiste que el enemigo riese a mis espaldas; por eso, grité a ti de todo corazón, con cuerpo y alma, porque donde se encuentran unidos estos elementos, allí se encuentra Dios en medio de ellos» (cfr. Sal 40, 12;1 19, 145;1 Tes 5, 23; Mt 18, 20). 

No todos tienen las mismas dotes, ni según el cuerpo, ni según el espíritu. Para algunos va bien la oración más breve, para otros es mejor la larga de los salmos. Hay quien todavía confiesa estar prisionero de su cuerpo, o debe luchar con la ignorancia del espíritu; si entonces invocas a nuestro Rey contra los enemigos que te asaltan de cualquier parte, ten confianza. Ya no deberás fatigarte mucho desechándolos de una vez, pues se alejarán de ti 
rápidamente: no querrán asistir a la segura victoria que obtendrás con la oración; es más, huirán despavoridos por la fusta de tu ferviente coloquio. Recoge todas tus fuerzas, y Dios se ocupará en cómo enseñarte a rezar. 

San Juan Clímaco